María María Acha Kutscher - David Favrod – Lluc Queralt - Konrad Dobrucki – Masha Wysocka – Fernando Bayona - Madelaine Ekserciyan - Roberto Aguirrezabala – Laura Zorrilla
Lugar: Mèdol. Centre d'Arts Contemporànies, Tarragona
Organiza: Festival Internacional de Fotografía SCAN – Ayuntamiento de Tarragona
Del 18 de noviembre de 2022 al 9 de enero 2023
Comisario: Sema D’Acosta
Las complejas circunstancias en las que vivimos en la actualidad tienen inevitablemente su origen en el siglo XX, un periodo de constante belicosidad marcado por devastadoras guerras mundiales, en las que murieron millones de personas, y la posterior configuración de dos bloques antagónicos en continua tensión, uno comunista y otro occidental, liderados uno por Estados Unidos y otro por la Unión Soviética. Una guerra siempre tiene consecuencias; a corto, medio y largo plazo. La Declaración Universal de los Derechos Humanos, proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1948, suscitó un intenso proceso de descolonización en Asia y África. La caída del Muro de Berlín en 1989 señala el final del Telón de acero y la independencia de las quince repúblicas que formaban parte de la URSS. De hecho, una ingente proporción de las incertidumbres de hoy se corresponden con situaciones no resueltas vinculadas a esas décadas pasadas, tal como ocurre ahora con la invasión rusa de Ucrania. Mirar atrás es el camino para entender el presente, cualquier circunstancia relacionada con un conflicto militar conlleva incontables derivas impredecibles, no sólo para los que van al frente. También, por supuesto, para aquellas personas anónimas que escapan sin rumbo hacia no se sabe dónde o los muchos que se quedan expectantes en sus casas turbados por el desconcierto. Esas historias invisibles ajenas al ruido de la lucha o los medios de comunicación, esas secuelas inesperadas en el futuro que condicionan el devenir de familias por generaciones, son las que configuran los proyectos seleccionados para el Talent Latent 2022, centrado en esta edición en un asunto tan pertinente en este momento como poco atendido por los festivales de fotografía.
La guerra es un motivo consustancial a la civilización, un reverso que desde la distancia no queremos advertir y procuramos evitar. Si está lejos significa que atañe a otros, que no nos incumbe, aunque sus movimientos sísmicos alcancen los detalles más íntimos de nuestras vidas. Antes de la llegada de la fotografía, la pintura de carácter histórico representaba sucesos bélicos memorables, especialmente hechos significativos relacionados con la construcción de un imaginario favorable a los vencedores. Eran habituales los cuadros de combates, conquistas o rendiciones. En esos lances, apenas aparecían muertos; y si lo hacían, eran personas ficticias, inventadas. Era claro que la pintura mostraba la idealización de un acontecimiento, su sublimación. A excepción de Goya en Los desastres de la Guerra (1810-15), pocas veces se retrataba la indigencia y miseria de la batalla. Cuando Matthew B. Brady presenta por primera vez en prensa una cruda imagen de cadáveres arrojados a una cuneta durante la Guerra de Secesión Americana (Los muertos de Antietam, 1862), su verismo resulta abominable. Tanto, que el debate ético que subyace al destapar esa realidad desconocida, determina desde entonces un límite para los profesionales de prensa, una regla tácita: evitar el morbo o recrearse de manera directa en la desgracia ajena. Trazar esa frontera deontológica, permitirá en lo sucesivo poner el foco en lo humano y sus emociones, asumiendo que cualquiera de esos protagonistas ajenos desbordados por unos acontecimientos que no han elegido, podría ser alguien conocido, un pariente o incluso uno de nosotros.
La imagen sirve para visibilizar aquello que no se ve, por eso los reporteros gráficos del siglo XX han resultado fundamentales para acercarnos los interiores de una conflagración desde infinidad de puntos de vista. Su labor ha sido clave. Estaban allí, nos metían en al conflicto y hacían que sintiéramos empatía con las víctimas. La época dorada del fotoperiodismo se desarrolló entre 1930 y 1960, coincide de pleno con la Segunda Guerra Mundial. Nombres memorables como los de Robert Capa, Margaret Bourke-White, Henri Cartier-Bresson, David Seymour, Alfred Eisenstaedt, Werner Bischof, William Eugene Smith, Don McCullin o la propia agencia Magnum, han marcado el reporterismo de guerra, que fijó una iconografía y se convirtió en un género en sí mismo durante largo tiempo. En España, por su particular situación, no será hasta después de La Transición (1975-81) cuando se produzca un boom en este ámbito, destacando gente como Gervasio Sánchez, Javier Bauluz , Emilio Morenatti o Santiago Lyon. Ese vigor, que pervive durante los años noventa y hasta prácticamente los primeros dos mil, poco a poco ha ido perdiendo relevancia, especialmente para los más jóvenes. La consolidación de Internet, las redes sociales y el smartphone por un lado y la revolución digital por otro, han cambiado por completo las reglas del juego en el oficio. Si cualquiera desde el lugar más recóndito publica una imagen de interés con la máxima inmediatez, los códigos del fotoperiodismo que una vez fueron imprescindibles para comprender realidades lejanas como los conflictos armados, ya no tienen esa misma vigencia. Quizás en este instante lo adecuado sea la pausa. Los tiempos rápidos que habitamos, absorbidos por la aceleración y la prisa, requieren respuestas lentas, madurar los temas de otro modo, variar el posicionamiento de los autores. El objetivo debe ser contar de otra manera, huir de lo consabido, colocarse fuera del estereotipo. Sencillamente, procurar encontrar perspectivas inéditas poco o nada tenidas en cuenta antes. La guerra no son sólo tanques, bombas y militares de uniforme portando armas. Hay que detenerse a pensar desde actitudes más reflexivas, recurrir más a la poética y menos a la denuncia, destapar asuntos novedosos desde la investigación visual para descubrir aspectos soterrados que trascienden la esfera política, económica, social, ideológica e informativa de un conflicto bélico.
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