Cristina Martín Lara (Landpartie II, 2010)
Juan Carlos Martínez – Sergio Belinchón – Gerardo Delgado - Daniel Cuberta Touzón – Cristina Martín Lara – José Guerrero
Lugar: Galería Isabel Ignacio, Sevilla
Organiza: Galería Isabel Ignacio
Del 7 de abril al 11 de mayo de 2010
Comisario: Sema D’Acosta
Este proyecto versa sobre las evocaciones que generan determinados lugares involuntarios que se han cargado de significados por motivos ajenos a su identidad. Sitios que pueden pasar desapercibidos en un primer golpe de vista, pero que observados con atención contienen muchas claves sobre las personas que los transitan o las historias que se acumulan alrededor. El proyecto alude a los restos que nos definen, a los indicios que marcan el paisaje, a la capacidad que posee el entorno para asimilar (o no) las cicatrices que ocasiona la intervención humana.
Cada lugar tiene su propia memoria, por insignificante que sea. Las variaciones más abruptas están ligadas a la intromisión del hombre, que marca el suelo que holla con signos inequívocos de su presencia. Los cambios -azarosos o premeditados, lentos o acelerados-, desembocan en unas nuevas circunstancias impregnadas de vacío, de apego por lo que fue o lo que pudo haber sido. Aunque el olvido borre las cicatrices o se esfuerce por enterrar las señales, perduramos, también, en todo aquello que transformamos, una permanencia en el pasado salpicada de involuntaria aflicción.
Por su capacidad de sugestión, la exposición también se relaciona con los rescoldos nostálgicos del pasado, con el olvido inexorable que somos, con el misterio de los lugares ambiguos, con las zonas de tránsito, con la belleza de lo ordinario escondida en los detalles insignificantes que pasan desapercibidos. Los rastros que dejamos permiten imaginar sucesos ajenos que no conocemos o relacionar su carga emocional con sentimientos propios, alusiones melancólicas que tienen que ver con las alteraciones inesperadas que rompen el ciclo natural de las personas y sus hábitos de vida.
Las ironías del progreso desencadenadas por el desarrollismo o la pérdida de utilidad de un determinado emplazamiento, logran relegar el centro de interés para llevar la mirada a una zona provechosa, un viraje que no consigue hacer desaparecer estos vestigios residuales, sobrantes que permanecen abandonados en silencio como mudos testimonios de la inexactitud del paisaje. El valor histórico-simbólico de un contexto es un elemento que acaba mutando por los avatares del tiempo, convirtiendo un espacio con identidad definida en un intersticio desubicado.
Nuestro alrededor está repleto de indicios, pistas que delatan cómo nos entrometemos en lugares extraños que no nos pertenecen. Parajes imaginarios, simbólicos o reales que nos descubren qué somos y la manera en la que nos relacionamos con el entorno.
Las imágenes que vemos en la exposición no son tanto la representación de un acontecimiento como los restos de la huella de un acontecimiento. Revelan consecuencias, momentos subsiguientes, de una manera estática, distante y casi pericial. Muestran zonas confusas disociadas de cualquier provecho, que destapan procesos fallidos o acciones agotadas. A veces podemos ver que ha sucedido algo, a veces se nos permite que lo imaginemos o deduzcamos. No hay presencia humana y sí una gran cantidad de rastros de actividad. Como señala Peter Wollen, son imágenes frías por oposición a la dramática fotografía caliente de sucesos, más vinculada con el fotoperiodismo.
Algunos teóricos como David Campany denominan a este tipo de imágenes realizadas a posteriori y con intención reflexiva fotografía tardía. “Su mutismo le permite aparecer como algo incontaminado por el ruido de lo televisual” comenta el propio Campany, que continúa “hay un reticente estatismo en esas imágenes que las deja abiertas a la interpretación.”