Ángeles Agrela (Miriam y Lucía enfadadas, 2018)
Ángeles Agrela - Cristina Lama - Marta Beltrán -María Carbonell - Mercedes Garrido - Natalia Domínguez - Sofía González - Almudena Fernández Ortega
Lugar: Galería Birimbao, Sevilla
Organiza: Galería Birimbao
Del 18 de enero al 26 de febrero de 2019
Comisario: Sema D’Acosta
Es importante empezar aclarando que ésta no es una exposición de tesis. Ni tan siquiera lo pretende. Más bien supone una reflexión particular sobre determinados aspectos que afectan al modo de entender el dibujo o la pintura en nuestros días. Sobre todo, a su capacidad para absorber y tomar referentes del mundo que le rodea, a la manera en que gracias a ella se fijan unas imágenes y se obvian otras. Da igual si ese pretexto inspirador que la genera es personal o absolutamente ajeno. En ese caso, no es lo mismo que la artista recurra a un bagaje propio a través de fotografías de personas cercanas o modelos, por ejemplo, a que tome un retal encontrado por azar en un sitio inesperado, sea una foto de un animal salvaje o un libro; es evidente que la cercanía con el motivo aviva la afectividad o una cierta memoria íntima. En el lado opuesto encontramos Internet, una especie de sumidero global donde se mezclan sin ton ni son desde los cuadros más famosos de la Historia del Arte hasta escenas provocadoras o banales. La imaginación es otra veta imperecedera. Además de provocar ambigüedad, suscita emoción al despertar cuestiones internas del espectador.
Si nos detenemos a pensarlo con calma, sorprende el poder de resiliencia de la imagen, moldeable a cualquier circunstancia. También su facilidad para saltar de un contexto a otro, una habilidad que nos debe poner sobre aviso si atendemos a su permeabilidad. En Instagram, sin ir más lejos, las imágenes se mueven como pez en el agua. En cambio, no le resulta tan fácil conquistar otros territorios menos dóciles, sobre todo aquellos que dependen de las ideas o la emoción. Cuando llega hasta una exposición el camino recorrido es otro, se ha transmutado y desprendido de su fundamento de partida, digamos que se ha despojado de aquello fotográfico que la vinculaba a una realidad patente. A veces logra cuajar por el extrañamiento que genera algo concreto, otras por una tensión inexplicable o un no se sabe qué entre ambiguo y misterioso. Interpretada en un cuadro o dibujo la imagen adquiere una dimensión nueva que debe descifrarse, según desde donde se mire, como un recurso sintáctico antes que como un argumento. Está claro que cada medio posee una condición propia y ahondar en eso es lo verdaderamente revelador. Una vez descontextualizado aquello que nos ha interesado, deja de tener importancia, es sólo un ingrediente más para cocinar el plato al gusto y matizar sabores. En la pintura no abstracta lo esencial sigue siendo el cómo, que debe colocarse invariablemente por encima del señuelo iconográfico que se utiliza para atrapar la mirada. No importa si la escena que se representa es escatológica o más agradable, si es un retrato o un paisaje, un bodegón o un fragmento; lo que la hace trascender es precisamente el modo en el que está pintado, el resto queda relegado a un segundo plano. La medida de un cuadro, sea cual sea, es siempre su calidad pictórica.
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